domingo, 29 de mayo de 2011

Pequeñas semejanzas




“¡Los devoró la selva!”; éste y no otro, es el final escalofriante de una de las novelas clásicas de la literatura hispanoamericana: La vorágine (Publicada en Colombia en el año de 1924). Una novela cuya diégesis permite adentrarse en lo más profundo del carácter humano. Si bien José Eustasio Rivera da vida a una obra como ésta debido a su experiencia como servidor público, y su trabajo en la formación de la frontera colombiana, no podemos dejar de lado una influencia importante para su narrativa, que de manera indirecta podremos percibir, al menos en esta novela. Esta influencia es El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, quien también tuvo una expedición al lugar donde su narración se lleva a cabo: el Congo. Ambos pudieron percibir los tratos inhumanos a los que eran sometidos los ‘trabajadores’ explotados a causa del tráfico de caucho. Sin embargo Conrad disimulará más este rasgo refiriéndose en su novela a un comercio clandestino de marfil.

Son diversos los enfoques desde donde podría abordarse el método comparatista en estas obras, por ejemplo: el tema del tráfico, la muerte, la selva, la estructura discursiva; etcétera. No obstante, en este trabajo me concentraré en la configuración de los protagonistas de estas dos novelas: Arturo Cova y Charlie Marlow, tratando de asimilar el uno con el otro. No vamos a tratar de llegar al abismo psicológico de ambos, sino de encontrar un paralelismo esquelético para encontrar un juego dialógico entre estas dos obras.

Para principiar es preciso referirnos a los niveles narrativos, pues es aquí donde encontraremos nuestro primer punto de concordancia y divergencia al mismo tiempo. La vorágine es narrada en primera persona, pues se trata de un diario que Arturo Cova, el poeta romántico, lleva consigo hasta antes de perderse. En el caso de El corazón de las tinieblas podemos ver que Marlow no es la voz primera de la novela, sino que se trata de un narrador autodiegético dentro de una historia con un narrador intradiegético. Podríamos hablar incluso de una mise en abyme característica de la metaficción, donde la historia marco es: un hombre, en un vapor, que espera llegar a su destino; mientras tanto, escucha hablar a otro hombre. La diégesis abismada es, entonces, lo que Marlow nos cuenta. La convergencia en estos puntos, puede notarse en la figura misma de la narración en primera persona; sin embargo, la divergencia la encontramos al referir que lo que habla Marlow no es, a primera vista, la historia central. Mas Conrad introduce a este primer hombre que describirá la escena previa a la narración del marinero inglés, para darle mayor credibilidad y misterio al personaje que expondrá su pasado.

Motivos y motivados

En la narrativa, el personaje principal debe pasar de un estado cualquiera a otro, ya sea de mejoramiento o degradación, esto se logrará por medio de actualizaciones; es decir, mediante acciones para lograr su fin. Este fin, no será otra cosa más que la motivación del personaje. Es así, pues, que el personaje buscará llegar a esa meta y esto dotará a la historia la necesidad de concentración o de expansión de la diégesis.[1]

En las dos novelas que nos competen, el factor causal que dará origen a la expansión de la historia son los mismos: el deseo. En la primera, La vorágine, el deseo es amoroso: “[A]mbicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta” (Rivera 9). Es ahí, cuando Arturo Cova, encuentra a Alicia y escapa con ella esperando un buen amor. Charlie Marlow, tendrá otro tipo de deseo, uno que de niño surgió en él, el viaje al Congo: “Cuando sea mayor iré allí […] un río grande y poderoso que se podía ver en el mapa, parecido a una inmensa serpiente desenroscada, con su cabeza en el mar, su cuerpo en reposo curvándose a través de un extenso país […] me hipnotizaba” (Conrad 28). Si bien la fuente del deseo no es la misma, la pasión por realizar llegar a su meta, es la que los lleva al infierno de la selva y de ellos mismos; ya que son diferentes tipos de amor hacia diferentes cosas, pero esto no desacredita a ninguno de los dos. Ambos se encontrarán en situación de ensimismamiento como consecuencia de la mirada hacia el Otro, gracias al viaje por la selva (río); empero de esto nos ocuparemos más tarde.

Los ecos, las voces

Es innegable la presencia del las construcciones híbridas del discurso, tal como las propone Bajtín. Las voces fluyen a través de la novela y son descritas por los personajes. Pero Arturo Cova impone su ímpetu valiente ante estas voces que se construyen ajenas ante la imagen de la selva:

Casanare no me aterraba con sus espeluznantes leyendas. El instinto de la aventura me impelía a desafiarla, seguro de que saldría ileso de las pampas libérrimas y de que alguna vez, en desconocidas ciudades, sentirá la nostalgia de los pasados peligrosos. (Rivera 10).

Con respecto a lo anterior, podríamos encontrar un juego dialogístico entre los dos personajes que estamos revisando. Marlow parece hablar sobre Arturo Cova cuando dice que “[s]i alguna vez el espíritu de aventura absolutamente puro, no calculador e idealista, ha dominado a un hombre, ese hombre era este joven remedado. Casi le envidiaba por poseer esta modesta y clara llama” (Conrad 124).

El marinero recibe las noticias también de una voz ajena: el médico que lo ve antes de partir; ante esto, el marinero no se ve perturbado y sigue adelante con su propósito de viajar. Para sorpresa del lector, a Marlow le es más sorprendente la idea que su tía tiene con respecto a que el empleado merece un salario. Poco le interesa que a sus antecesores en el puesto que está a punto de ocupar, se les ha negado el derecho de volver a ver la luz de su ciudad natal.

Este manejo de las voces ajenas se dejará ver también en la reputación de los personajes: Arturo Cova sabe que de él se habla sobremanera, se dice que es un ladrón, un falsificador de monedas; entre otros comentarios. Del marinero se habla, pues, de que es un influyente, que por su recomendación debe ser bastante importante. Hay una configuración dicotómica que podría conformar a un solo personaje como lo es Joseph K en El proceso, de Kafka, quien llega a tener estas referencias implícitas en los palabras correspondientes a otras personas.

Lo que se dice de Cova y Marlow será importante para ellos, pues esto hará que decidan un rumbo en su camino. El poeta romántico asumirá todos los roles que se le asignen y actuará de estas formas para conseguir lo que quiere, no encuentra aquí dilemas moralistas que le impidan resolver sus problemas con la mentira como instrumento. Hecho que al marinero no le será tan fácil, pues en su naturaleza no está permitido mentir. Pareciera que se contradice a sí mismo al dejar pasar los comentarios que sobre él se dice, pero si es verdad que no desmiente esas voces, tampoco las asume como verdades.

La selva en los personajes

Es verdad que Charlie Marlow desarrolla la mayoría de su historia en el río, compartirá con Cova una visión particular sobre la selva. Para los dos la selva abraza y consume a quien se adentra en ella. Es capaz de volver loco a cualquiera que se deje y ellos lo saben.

Los dos van a compartir un percance que será ocasionado por el viaje: los dos se verán perjudicados en su salud. El poeta se verá afectado por cierta enfermedad llamada beri-beri, que es una suerte de gripe extrema que en cierto momento le hace desvariar y le complica la caminata; el marinero, también tendrá una fiebre con la que convivirá de manera frecuente.

La selva para ambos será maravillosa y sorprendente, misteriosa, respetable. Uno de ellos regresará a la ciudad con el triste recuerdo de haber estado a punto de morir en ocasiones varias; pero, al mismo tiempo con la nostalgia de haber dejado atrás un pasaje de su vida que requiso paciencia y sabiduría (de la que ambos carecieron en ciertos momentos de flaqueza). No es de sorprender la locura momentánea de Arturo Cova en situaciones en las que gritaba frente a un incendio que él mismo provocó, que convocaba a la destrucción, al lado oscuro del ser humano que Marlow repetía en su mente citando a Kurtz “¡El horror, el horror!”. Este horror que vivieron los personajes tanto física como psicológicamente ponte en entre dicho su espíritu aventurero si supusiéramos que un aventurero no teme, pero nunca nadie ha tenido por suposición algo similar, si obviamos la valentía que presume el Quijote debido a su aparente locura.

Es aquí donde podemos conjugar el final canónico de La vorágine con el otro canon que deja huella no sólo en la psique del inglés o de José Eustasio Rivera, sino de todo aquél que ha pensado en la selva y los espacios marítimos como los lugares adecuados para la vida; en el que no podemos dejar de pensar cuando en algún puerto vemos al horizonte o un barco zarpar: “[P]arecía conducir hacia el corazón de una inmensa oscuridad”.

Bibliografía

Conrad, Joseph. El corazón de las tinieblas. Fuenlabrada, Madrid: Alianza Editorial, 1997.

Rivera, José Eustasio. La vorágine. México: Editores mexicanos unidos, 2002.

Casa de las Américas. Tres novelas ejemplares. Cuba: Casa de las Américas, 1997.



[1] Esto, según Alfredo Pavón, es lo que genera las novelas, cuentos, novelas cortas, etcétera; más que su extensión física, la expansión o la concentración de la historia.

domingo, 15 de mayo de 2011

Una pequeña mirada a La feria de Arreola


No es gratuita la estructura que Arreola ha escogido para La feria. La novela se concentra en un todo que parte en diálogos consigo misma y con otro tipo de artilugios literarios. Podemos encontrar un sinfín de géneros inmiscuidos dentro de la obra, desde la epístola hasta la crónica, y todas ellas desde la voz de los propios habitante de Zapotlán, con excepción de algunos momentos donde existe un narrador omnisciente y que pocos motivos da para ser percibido con gran rapidez.

El principio de la novela deja muy en claro que la obra que leeremos tendrá como base un discurso plurilingüístico, obviando los epígrafes de Isaías y de Mistral, el inicio dicta: “Somos más o menos treinta mil. Unos dicen que más, otros dicen que menos. Somos treinta mil desde siempre”. El discurso se nos presenta en primera persona del plural, modo que irá variando según avance la novela.

Las voces son prestadas a todos, es un documental que ha sido transcrito para nosotros. Sin embargo el momento cúspide donde esto es representado de forma más notoria es el momento del temblor. Durante el juego de ajedrez de Epifanio y otro sujeto cuyo nombre desconocemos comienza a temblar. El humor se hace presente como oposición a las voces trágicas:


—¡Jaque al rey!

—Óigame don Epifanio, se me hace que está temblando…

—Yo le dije jaque. Usted muévase, y luego vemos si está temblando o no…

Estas dicotomías formarán parte de un discurso aparentemente colectivo; sin embargo no lo es. Nos encontramos ante discursos personales fragmentados que han sido colocados en una especia de mezcla para crear la sensación de un momento confuso. La cita de la partida de ajedrez es sólo el comienzo de un eco de plurivocidad ocasionada por la catástrofe. Entre las voces de los pobladores de Zapotlán encontramos una voz muy singular, que no se deja ver tan fácilmente en la obra: un narrador omnisciente. Al encontrar a este narrador podemos encontrar también los estilos narrativos. Por ejemplo:

Urbano se agarra de la cuerda y se levanta del suelo todavía borracho y atarantado, se cuelga del badajo vuelto loco del susto, allá arriba del campanario, y piensa que va volando por encima del pueblo, colgado de la cola del diablo

Aquí encontramos al narrador extradiegético contando lo que sucede, simple y sencillamente, encontrando el pensamiento del vuelo por sobre el pueblo.