domingo, 15 de mayo de 2011

Una pequeña mirada a La feria de Arreola


No es gratuita la estructura que Arreola ha escogido para La feria. La novela se concentra en un todo que parte en diálogos consigo misma y con otro tipo de artilugios literarios. Podemos encontrar un sinfín de géneros inmiscuidos dentro de la obra, desde la epístola hasta la crónica, y todas ellas desde la voz de los propios habitante de Zapotlán, con excepción de algunos momentos donde existe un narrador omnisciente y que pocos motivos da para ser percibido con gran rapidez.

El principio de la novela deja muy en claro que la obra que leeremos tendrá como base un discurso plurilingüístico, obviando los epígrafes de Isaías y de Mistral, el inicio dicta: “Somos más o menos treinta mil. Unos dicen que más, otros dicen que menos. Somos treinta mil desde siempre”. El discurso se nos presenta en primera persona del plural, modo que irá variando según avance la novela.

Las voces son prestadas a todos, es un documental que ha sido transcrito para nosotros. Sin embargo el momento cúspide donde esto es representado de forma más notoria es el momento del temblor. Durante el juego de ajedrez de Epifanio y otro sujeto cuyo nombre desconocemos comienza a temblar. El humor se hace presente como oposición a las voces trágicas:


—¡Jaque al rey!

—Óigame don Epifanio, se me hace que está temblando…

—Yo le dije jaque. Usted muévase, y luego vemos si está temblando o no…

Estas dicotomías formarán parte de un discurso aparentemente colectivo; sin embargo no lo es. Nos encontramos ante discursos personales fragmentados que han sido colocados en una especia de mezcla para crear la sensación de un momento confuso. La cita de la partida de ajedrez es sólo el comienzo de un eco de plurivocidad ocasionada por la catástrofe. Entre las voces de los pobladores de Zapotlán encontramos una voz muy singular, que no se deja ver tan fácilmente en la obra: un narrador omnisciente. Al encontrar a este narrador podemos encontrar también los estilos narrativos. Por ejemplo:

Urbano se agarra de la cuerda y se levanta del suelo todavía borracho y atarantado, se cuelga del badajo vuelto loco del susto, allá arriba del campanario, y piensa que va volando por encima del pueblo, colgado de la cola del diablo

Aquí encontramos al narrador extradiegético contando lo que sucede, simple y sencillamente, encontrando el pensamiento del vuelo por sobre el pueblo.

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