sábado, 18 de junio de 2011

De goces y placeres en Bernardo Couto Castillo

Quique Nieto

Im Anfang war der Genuss


Néstor A. Braunstein

Cosa fácil sería decir que Bernardo Couto Castillo tiene una narrativa modernista que surgió a partir de lecturas apasionadas de Baudelaire, Laforgue y Gautier; retomando de éste último el lema “Plutôt la barbarie, que l’ennui[1]. Frase que tomó como máxima personal dentro de su escritura. Sin embargo, debemos ir más allá, no plantarnos sólo ante la posible imagen visceral de un hecho narrado y no mirar menos que la muerte efímera y su sinsentido.

Lo que me interesa hacer en este breve ensayo es intentar un acercamiento a las pasiones, a la revisión del aspecto del placer y del goce representado en un cuento de Couto Castillo: “¿Asesino?”. Antes de comenzar a sobrevolar a profundidad este tema, haré una pequeña reseña (no puede hacerse, al parecer, sino una pequeña reseña de un pequeño cuento), del texto mencionado, tal resumen puede hacerse con pocas palabras y no requiere una sección especial para ello, simplemente es así: un hombre narra un homicidio causado por el placer de lo desconocido. Pero ¿realmente sólo puede decirse eso del cuento? Veamos, pues, realmente lo que podemos decir del cuento según su estructura:

Comencemos con un paratexto curioso, la dedicatoria a Ciro Ceballo, autor de la novela corta Un adulterio. En donde también encontramos una referencia dialógica con la colección de cuentos donde se encuentra el texto que aquí tratamos: “Las melancolías llovían con acerbidad sus asfódelos sobre la frente abatida del traviato” (Ceballos 23). Demuestra un espíritu de solidaridad literaria entre dos modernistas que adoptaron la visión francesa de Gautier. Esto nos habla de una constante comunicación con la corriente nueva por parte de Couto Castillo, un apego a la modernización y al no perder de vista lo moderno. A pesar de su vida bohemia hubo una constante conexión para evitar el aislamiento literario.

Hablemos ahora, pues de lo siguiente. La forma del discurso está configurada a manera de monólogo, Abad cuenta a sus amigos; pero no podemos saber ni antes ni después de leer el cuento, si se tratan de amigos dentro de la prisión o fuera de ella. Un elemento nos da la pauta para pensar que es dentro de prisión: la presentación. “Silvestre Abad, asesino, narraba a sus amigos algunas de sus proezas”[2] (Couto Castillo 165). Lo interesante de la cita anterior y lo que hace pensar en un principio que puede hallarse enclaustrado en una cárcel, es la parte en cursivas, la aposición donde indica que se habla de un asesino. Sin embargo, nos encontramos páginas más tarde con que “[u]na mano [lo] sujetó; pero [él] de un golpe seco la recha[zó], desprendiéndo[se] para lanzar la niña y huir[3] (Couto Castillo 169). Este elemento nos remite a saber (y no pensar) que se trata de un monólogo dicho en un estado de libertad jurídica. El discurso nos vuelve partícipes del relato, somos los amigos de Abad que lo escuchan contar su historia, pero no se preocupe, lector, al menos ya nos dimos cuenta de que no estamos presos. Esta conclusión del estadio jurídico del personaje, fue revisado desde todos los momentos y más tarde haré una aclaración más sobre ello, a pesar de lo que Alfredo Pavón afirma: “Abad cuenta a sus cuates lo ocurrido, desde la cárcel, no lo atrapan en ese momento, pero en otro de sus actos lo agarraron”.

La parte referida anteriormente, el cuestionar si se trata de un reo o una persona libre, no es más que por mero empeño en aclara en qué contexto narrativo nos encontramos, dado que la condición jurídica del personaje nos ayudará un poco mejor a entender el ambiente en el que se desarrollan las acciones de Abad. Pues la forma en la que un preso podría narrar una historia varía a la de un sujeto que logró escapar, dado que el primero tiene en sí cierto malestar de haber sido encarcelado después de su delito y el otro puede sentirse incluso con mayor capacidad intelectual por haberse dado a la fuga de manera triunfante.

Del dolor al placer, del placer al goce

Para comenzar, tendríamos que hablar en un sentido estructural, en tanto los estadios del personaje. Esto es, el proceso por el cual el estado de Abad va degradándose o quizá, convirtiéndose en uno de bonanza. Cuando Abad cuenta su historia, nos anuncia que había estado sin comer, no tenía fuerza; se presenta en un estado de completa degradación: no tenía nada. Podríamos traducir este término (degradación) por el de dolor, en la concepción filosófica de Edmund Burke; es decir, aquello que surge a partir del cese del placer.

Cuando el dudoso asesino observa a la niña caminar bajo una lámpara que le ilumina el cuello, llega a remover ese dolor; sin embargo a pesar de que sigue sin tener nada, el dolor disminuye; éste cese del dolor no propicia un placer inmediato, sino que se convierte en un placer relativo: el deleite, pues no se encuentra todavía dentro de las fronteras del placer verdadero. Placer que vendrá después en el relato y conlleva una sensación de goce; sin embargo, aún no podemos hablar de tal. Presenciamos sólo el cambio de dolor a deleite.

El momento en el que Silvestre Abad toma por el cuello a la niña, es cuando tal deleite expira dando lugar al placer verdadero, y este se configura mediante la sensación de alegría y la del goce. Es ahí donde tiene cabida tal término, separándolo claro, del anterior: alegría.

Jauss en La pequeña apología de la experiencia estética hace un recorrido histórico del concepto desde la poesía sacra del siglo xvii, hasta el Fausto de Goethe que es donde surge la configuración vulgar de goce como un simple placer, pues aboga por un goce desde lo más banal hasta el disfrute más intelectual. Sin embargo no es ni de los versos religiosos ni de Goethe de donde surge la realmente la total importancia del goce. Fue Freud quien lo utiliza sin darse cuenta y sin hacerlo un concepto de su teoría y luego Lacan lo recupera y lo hace un término central en su corriente psicoanalítica, pero el término que floreció en ese momento no sólo tiene repercusiones en el ámbito de la psicología, sino que a mí parecer puede tener ecos dentro de la experiencia estética. Sin embargo, haré caso a mi psicoanalista y separaré las dos acepciones de dicho concepto y utilizaré la que se desarrolla dentro del ámbito psicoanalítico debido a que estamos adentrados en la mente de un sujeto-personaje, y no de un receptor de una obra de arte.

Néstor Braunstein dice que el goce es un imperativo que no debe confundirse con el gozo, y que por ello “es imposible de decir como presente del indicativo de la primera persona del singular. Pues al decirlo se disuelve” (Braunstein 12). La forma en español, entonces, demuestra su ambigüedad, por lo que él se resuelve a ocupar el concepto en francés que no se presta a tal ambigüedad: jouissance. Así es como lo ocuparemos aquí a partir de ahora. Y entendámoslo como “aquello que sostiene la tensión del libido” (Palafox).

Éste está conformado por dos elementos de los que depende y son el sujeto y el objeto del jouissance. En este caso, Silvestre Abad es el sujeto y la niña es el objeto. La relación sujeto-objeto que subyace en esta situación deja ver una necesidad de apropiación, pues sólo puede gozarse de aquello que se posee, y esto se logra mediante (utilizando un lenguaje de derecho) el usufructo. Es claro, pues, lo que refiero, y será más claro al citar el cuento de Couto Castillo donde Abad confiesa que: “mil veces he querido apoderarme de algo; pero nunca la tentación ha sido tan fuerte, tan imperiosa, tan irresistible como aquel día” (Couto Castillo 167). El sentir del personaje está intrínsecamente ligado a la relación de lo prohibido con su respectiva transgresión, pues no logra subyugar sus instintos, sale de la ley jurídica y de sus propios parámetros de control. También, entonces vemos, existe una relación entre lo erotismo y la prohibición, y estamos ante un acto de erotismo donde el placer verdadero, lo sublime, lo bello y la alegría convergen en el jouissance del dudoso asesino[4]. Es de recordar, al mismo tiempo, que en lo erotismo “el ser se pierde objetivamente, pero entonces el sujeto se identifica con el objeto que se pierde […] en el erotismo, YO me pierdo” (Bataille 35) y que lo erotismo y el goce caminan juntos en el rumbo de este relato.

Lo anterior lleva al personaje a un estado de abstracción otorgado primero por la mirada, luego por el deseo y finalizando por el acto que lo hace desbordar. Este desbordamiento desemboca en la satisfacción de una energía psíquica encaminada a conseguir algo, esto nos remite a Lacan diciendo que “goce es la satisfacción de una pulsión”, sin embargo tal satisfacción debe ser de una pulsión “muy precisa, la de la muerte, que no es aquella en la que se piensa en principio cuando se habla en general de la pulsión” (Braunstein 48), y la muerte es lo que “reconoció [el hombre] como horroroso y admirable” (Bataille 47). Es pues, ahí donde Silvestre Abad mata a la niña, ahorcándola y donde, como dije anteriormente, llega a la cúspide de su jouissance: “Y sentí su último estremecimiento, lo sentí que recorrió por todo su cuerpo al tiempo que su corazón no latía más; el cuello parecía de trapo, se enfrió…” (Couto Castillo 168).

Después de este estado de placer que comparte terreno con el jouissance, existen tres probabilidades, según Burke, de estadio en el sujeto que acaba de tener un cese de placer verdadero: a) indiferencia; b) decepción; y c) pesar. En la primera, sucede, generalmente, si la acción placentera pasa después de haber durado un tiempo razonable; la segunda, si esta acción se ve trunca de manera brusca y la tercera, si el objeto que provoca el placer se pierde de tal manera que no hay posibilidad de disfrutarse nuevamente de él. Pero, ninguno de estos tres estados del sujeto regresa a ser dolor. En este caso, Abad experimenta una situación que corta de manera violenta la acción que le produce placer. Entonces, no existe en él una indiferencia, ni una decepción pero sí un pesar, pues “[l]a persona que tiene un pesar, aguanta que la pasión se apodere de ella, la ama […] En el pesar, el placer todavía es más elevado” (Burke 28), y que podríamos traducir como un estado de búsqueda del placer, una esperanza; es decir: una esperanza fálica[5]. Ha descubierto la causa de su jouissance y vive en busca de ello: “Viendo a un niño, siento impulsos de arrojarme sobre él, de robarlo para llevarlo siempre conmigo, para oprimir su cuello y hundir mis dedos en él” (Couto Castillo 169). El recuerdo le provoca una sensación de placer, nuevamente; sin embargo, no es un placer verdadero y tampoco es un simple deleite, es un estado intermedio entre el intermedio y el absoluto (entre deleite y placer verdadero), digamos que se encuentra en un estado de placer intermedio. A pesar de no llegar a ser un placer verdadero, logra obtener cierta porción del jouissance mediante el recuerdo, pues junto con el reconocimiento de la causa de su jouissance, ha descubierto también la existencia del Otro, y lo cataloga como el objeto de su placer y del otro sentir lacaniano.

Recordemos que en un principio aclaré, mediante elementos narrados, que Silvestre Abad se encontraba en libertad en el momento que cuenta su historia. Retomaremos este aspecto en el que a fin de cuentas determina su no censura del explícito placer intermedio en su narración. Si Abad se encontrara preso, seguramente no podría saber si al ver un niño le causa cierto deleite y la necesidad del placer verdadero, y seguramente no podría demostrar tanta emoción de recordar la situación que lo encerró y lo alejó del motor de sus placeres. Además pongamos minuciosidad a los verbos, él habla de que cuando ve a un niño, le dan ganas de ahorcarlo, de sentir el cuello en sus manos. El verbo ver está ocupado en presente, no en pasado; lo que sería obvio si estuviera preso, pues el detonante no se encuentra al alcance de sus ojos.

Una interpretación general, podría orillarnos a decir que “¿Asesino?” de Couto Castillo afirma y confirma el presupuesto, que mencioné anteriormente, de Lacan sobre la satisfacción de la pulsión, que es la muerte, y que esto es el resultado del jouissance. Es decir, Couto Castillo nos abre el panorama de que la pulsión-muerte es el resultado de todo jouissance desbordado. Pero no sólo puede referirnos y significar esto, sino que también puede ser que quiera llevarnos a otro aspecto del erotismo pues éste también puede ser “es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión al ser” (Bataille 33).

En conclusión, Bernardo Couto Castillo transgrede la norma de la pasividad para cuestionarnos sobre nuestros propios jouissance y pensar sobre la posible rareza de cada una de ellas, el cómo y el por qué las llevamos al límite o no. Cuestionar el ser desde el ser que no era consciente sino hasta el momento que conoce sus motivantes y sus errores motivados. No se trata, pues, de moralizar en este aspecto, sino sólo de tomar conciencia de lo que se es para saber, por uno mismo, si se quiere ser lo que se está siendo, o dejar de serlo.

________________________

[1] “Es preferible la sangre, al tedio”

[2] Las cursivas son mías.

[3] Las cursivas son mías.

[4] El hecho de que converjan todos en el jouissance de Silvestre Abad, no quiere decir que estos sean los que lo constituyen en todos.

[5] Tomando el término falo no como un pene, sino como un “organizador del deseo humano, en tanto que es una búsqueda no alcanzable […] es una fuente de satisfacción total y perpetua, es por tanto: un imaginario” (Palafox).

____________________

Bibliografía

Bataille, Georges. El erotismo. México: TusQuets editores, 1997.

Braunstein, Néstor. Goce. México: Siglo XXI, 2003.

Burke, Edmund. Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublima y de lo bello. Madrid: Tecnos, 1997.

Castillo, Bernardo Couto. Cuentos completos. México: Factoría ediciones, 2001.

Ceballos, Ciro. Un adulterio. México: versión electrónica de http://www.lanovelacorta.com

Palafox, Daniel. Cuestiones psicoanalíticas. Enrique Nieto. 15 de Mayo de 2011. Entrevista.

miércoles, 1 de junio de 2011

La forma del evangelio según Saramago


Mario Alfredo Valencia Limón


Hace poco escuché en una conferencia que para identificar a un buen escritor se tiene que ver cómo utiliza las comas. Esos signos caprichosos, endebles, sutiles pero de gran peso en la construcción de la oración, ostentan al escritor una posibilidad más allá de los párrafos encerrados por un punto y aparte. Hay, lo sabemos, obras que se identifican por algo que rompe con la estructura común de las oraciones o de la obra completa, que por cierto apenas mi exigua experiencia literaria trata de recordar alguna y en vano se queda corto en el intento; aunque el lector puede recordar más de una (por allí me dijeron que El otoño del Patriarca de García Márquez entraba en esta descripción; otro más cercano a nosotros sería José Revueltas y si no mal recuerdo El Apando; pero mejor sugiera usted lector). A propósito un maestro, creo que fue un tal Martin Vivaldi, mencionó que las obras renovadoras son las que hacen grietas en las reglas del lenguaje, pero, digamos, sin hacer sangrar a la lengua[1]. Quien haya leído El Evangelio según Jesucristo recordará que hay una cualidad especial en la forma del texto. Doy inicio ahora al análisis.

Toda creación literaria, para ser considerada como tal debe tener, además de un tema, una manera especial para transcribir a papel los pensamientos; claro, mediante las palabras: la forma. En la publicación de Lázaro Carreter (1990) se comenta que el fondo es lo que se dice y la forma el cómo se dice. La novela El evangelio según Jesucristo[2] de José Saramago, por su extensión y su tema, podría solamente sugerir un análisis a partir de su fondo, dejando de lado la forma. Y es que la obra trata un tema muy sensible para la sociedad, que se da mayor importancia al fondo pragmático y menos a la retórica. La forma, en estos análisis, pierde importancia o queda como característica secundaria, al ser eclipsada, en los lectores no críticos, por la polémica religiosa. No obstante, y parece insulsa pero obligatoria la pregunta: ¿podría existir un análisis de El evangelio según Jesucristo a partir de su forma? Aunque Lázaro Carreter sentencie que la forma y el fondo “separarlos para su estudio sería tan absurdo como deshacer un tapiz para comprender su trama” (p. 16), este trabajo fue realizado a partir de un análisis exclusivamente de la forma que constituye Saramago para su novela; sin embargo, aludiré momentos de la obra, como el fondo, para dar verosimilitud a lo que expongo.

Al iniciar El evangelio, el lector se percata de que José Saramago tiene una peculiar forma de narrar en cuanto a los signos que utiliza. Hablo de las comas. En primer plano, el autor utiliza las comas para especificar cada oración que dicta de manera rigurosa:

No obstante, (…) sólo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez, o incluso estrenado, este drama, sólo ese ser, en verdad inimaginable, ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas, aunque sólo uno de ellos, por imperativos del destino o de quien lo gobierna, haya llegado a prosperar, en vida de manera mediocre, rotundamente después de la muerte. (Saramago 4).

Para poder dictaminar que la descripción del autor ha sido construida de manera correcta, y que no se trata de una expresión rebuscada de pensamientos mal enunciados, citaré un punto esencial del uso de las comas, pues sirve “para ubicar frases incidentales, explicativas o aclarativas” (Soto 62). Alguna de las anteriores, “puede ser identificada suprimiéndola mentalmente sin que se altere el sentido de la oración principal, pero en ocasiones resulta tan relevante como ésta” (p. 63). En ese caso, en el fragmento extraído de la novela se puede identificar cuáles pueden ser las frases incidentales o de cualquier otra índole. Me atrevo a modificar el texto original para la consecuente explicación.

· Se tiene el texto, los paréntesis indicarán de qué tipo son las frases siguiendo las reglas previamente citadas:

“No obstante, sólo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez (explicativa), o incluso estrenado (incidental), este drama, sólo ese ser (aclarativa), en verdad inimaginable (incidental), ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas (explicativa), aunque sólo uno de ellos (explicativa), por imperativos del destino o de quien lo gobierna (aclarativa), haya llegado a prosperar (explicativa), en vida de manera mediocre (aclarativa), rotundamente después de la muerte”.

· Si omito las frases marcadas como incidentales y aclarativas, dejando solamente las explicativas —que se consideran más importantes por la relevancia que en ella recae—, tendríamos aún la esencia del fragmento:

No obstante, sólo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez este drama, ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas, aunque sólo uno de ellos, haya llegado a prosperar, rotundamente después de la muerte.

Ya es evidente que José Saramago se caracteriza por las comas utilizadas en cada oración y en todos los párrafos. En este momento algunos lectores pueden llegar a pensar que aquellos signos que se han apropiado de la novela son innecesarios; pero habrá otros, como tal es mi caso, que vean las comas dentro de la obra como un fenómeno que acontece y que vale la pena desmenuzar. No es la coma capricho del autor en cuanto su estilo, pues conoce bien las reglas básicas del uso de la coma: “no es ni craso ni escandaloso” (Saramago 82). Saramago acierta en la oración pues según la regla ortográfica la conjunción ni no debe estar precedida de una coma (Soto 65). Más allá de la narración encontraremos otro caso bien utilizado en el que no puede haber confusión, pues las dos oraciones las separa con una coma: “pues hombre no es ni fue, ni dios fue ni será” (Saramago 157). El verbo ser le da vida a la oración: ‘es’ para antes de la coma; y ‘fue’ para después.

Entonces no se puede menospreciar el otro uso de la coma dentro de la novela: para diferenciar el inicio de un diálogo con otro. Así es, José Saramago no coloca los diálogos de la manera que dicta la Real Academia Española en su publicación Ortografía de la lengua española (de la edición de 1999) sobre el uso de la raya o guión largo, pues dice la susodicha institución que una de las funciones de estos signos es “para señalar cada una de las intervenciones de un diálogo sin mencionar el nombre de la persona o personaje al que corresponde” (p. 77); pero también sugiere su uso “para introducir o encerrar los comentarios o precisiones del narrador a las intervenciones de los personajes” (p. 78). Aclarado este punto, tengo la facultad para discernir cualquier diálogo presentado en la obra, no sin antes apuntar que en la novela estos diálogos están en prosa, separados por una coma e iniciados con mayúscula. Veamos un ejemplo:

Continuó leyendo hasta que Herodes dijo, Adelante, y el sacerdote, confundido, sin comprender por qué lo habían llamado, saltó a otro pasaje, Ay de los que en sus lechos maquinan la iniquidad, pero en este punto se interrumpió, aterrado con la involuntaria imprudencia y, atropellando las palabras, como si pretendiese hacer que olvidaran lo que había dicho, prosiguió, Al fin de los tiempos el monte […] (Saramago 42).

El sentido de los diálogos jamás se pierde, inclusive si, como en algunos casos dentro de la narración, hubiera tres personajes dialogando, y es que se trata de un autor que con su originalidad sabe que nunca perderá al lector atento; y si en dado caso yo transformara este pasaje en un diálogo convencional según las reglas, obtendríamos algo así:

Continuó leyendo hasta que Herodes dijo:

–Adelante.

Y el sacerdote, confundido, sin comprender por qué lo habían llamado, saltó a otro pasaje:

–¡Ay de los que en sus lechos maquinan la iniquidad![3] –pero en este punto se interrumpió, aterrado con la involuntaria imprudencia y, atropellando las palabras, como si pretendiese hacer que olvidaran lo que había dicho, prosiguió–: Al fin de los tiempos el monte…

Si ya se ha aprehendido el estilo que utiliza José Saramago en El evangelio según Jesucristo, nos será más fácil preparar ante la obra al estudiante de Letras, y comprender que hay importantes nimiedades de las que todavía no he hablado. La coma no sólo se ha de utilizar en constantes frases que aclaran o explican, o bien, para la separación de diálogos; sino que en este análisis veremos otras funciones:

a) Para sustituir a los dos puntos. La ortografía de la RAE (1999) dice que “los dos puntos (:) detienen el discurso para llamar la atención sobre lo que sigue” (p. 63). De la obra citaré dos casos en los que la coma realiza la misma tarea: “sólo sabía repetir, No, no, no” (Saramago 49); y “Jesús dijo, Tus cabellos son como un rebaño” (p. 118).

b) Para sustituir el guión largo. La raya o el guión largo sirve, además de lo que ya se ha mencionado, “para encerrar aclaraciones, acotaciones o precisiones, interrumpiendo momentáneamente el enunciado central” (Soto 70). En la obra obtendremos una situación que nos haría pensar en el uso del guión: “María estaba ya esperando al hijo y, pobrecilla, no podía preguntarle si avanzaba” (Saramago 55). Si cambiamos las comas por dos guiones largos, el sentido o la intención no se verían afectados: ‘María estaba ya esperando al hijo y –pobrecilla– no podía preguntarle si avanzaba’.

c) Para sustituir el punto y coma. El punto y coma son una pausa ni tan largo como el punto ni tan corto como la coma, sino que “da por terminado un periodo, una unidad” (Soto 65). A continuación un caso: “Son así los juicios de la adolescencia, radicales, verdaderamente María era tan inocente” (Saramago 78). Por la pausa breve que implica la coma, es necesario un punto y coma que anteceda la palabra ‘verdaderamente’.

También los signos de admiración e interrogación son tan relevantes como la coma. Cabe mencionar que la obra de José Saramago no tiene ni un solo signo de admiración ni de interrogación. ¿Y cómo es que hace este punto gran auge en la obra como para ser mencionado en el presente análisis? Esto es por el hecho de que Saramago no necesita ningún signo más que la coma. Así como el lector sabe cuándo inicia un diálogo, sabrá cuándo persiste una pregunta o una exclamación. En algunos casos, el autor antecederá o pospondrá el verbo conjugado de ‘preguntar’ en cualquier frase que amerite un signo que gráficamente no existe pero que en la lógica de la percepción y en la lectura en voz alta sí lo estará: “Se turbó María y preguntó, Eso qué quiere decir” (Saramago 12); así como: “Y adónde iré yo, preguntó ella” (p. 16); tan sólo recordemos que el “adónde” sólo se utiliza en preguntas.

Caso similar acerca de escribir el verbo ‘preguntar’ para dar por manifiesto que es una cuestión, sin escribir los signos, sucede con Gabriel García Márquez (1970) en su obra El coronel no tiene quien le escriba, en donde la esposa del protagonista sufre de un mal de las vías respiratorias que le imposibilita hacer las preguntas con el énfasis debido, situación que le permite al escritor no utilizar los signos de interrogación y justificarlas con un verbo:

"El coronel volvió al cuarto cuando quedó solo en la casa con su mujer. Ella había reaccionado.

–Qué dicen –preguntó” (Márquez 17).

Regresando a El evangelio según Jesucristo, con los signos de admiración sucede algo distinto en comparación con los que interrogan, y es que interviene una mayor percepción acerca de lo que se lee. Aquí no habrá verbo que indique una admiración: “Qué sorpresa, tú por aquí” (Saramago 106); “Ay de los que en sus lechos maquinan la iniquidad, pero en este punto se interrumpió” (p. 42).

Podríamos ya definir la forma de la que está constituido El evangelio según Jesucristo de acuerdo al signo ortográfico más utilizado. Como bien se sabe, al igual que un análisis del fondo, la forma requiere una lectura morosa, sin dejar desapercibido cada signo.

Si se cambian las palabras, el fondo alteraría un poco. Entonces ¿existe una relación tan estrecha entre el fondo y forma como para no poder analizarlas por separado? Aunque es verdad que no se puede analizar la forma si no se lee como el fondo lo establece, pero también una vez leída la obra podemos analizar sólo la forma y darle su respectiva calidad. Concluyo pues, con independencia de lo que el fondo de la obra de Saramago puede llegar a representar para unos, que la forma no cambiará. Esa forma estética de escribir persistirá, y es lo más seguro. Podríamos sacar tantas conclusiones del fondo, pero la forma es un hecho que no puede cambiar. Los signos se rigen según el estilo de cada autor. Vemos a una escritura de Saramago sobrevivir al análisis hecho en este trabajo; por lo tanto, y según mi experiencia estética frente a la obra, valoro a El evangelio según Jesucristo por su forma, más que por su fondo.




[1] Actualmente los arcaísmos pueden considerarse como literatura: ‘Negro caballo’ en lugar de la construcción común de ‘Caballo negro’. Se trata de un fenómeno lingüístico social y por lo tanto (recordando a Saussure) diacrónico.

[2] Libro consultado electrónicamente.

[3] He agregado los signos de admiración, además de los que debían ser anexados, porque, según mi interpretación, la misma expresión lo necesita, aunque originalmente el texto no lleve tales signos. No significa defecto alguno de la obra de la cual se extrajo el fragmento, sino conviene decir que dicha observación es objeto de análisis posteriormente en el presente trabajo.

__________________________________


Referencias:

García Márquez, Gabriel. El coronel no tiene quien le escriba. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1970.

Lázaro Carreter, Fernando; y Correa Calderón, Evaristo. “Fondo y forma”. Cómo se comenta un texto literario. México: Publicaciones cultural, 1990.

Real Academia Española. Ortografía de la lengua española. España: espasa Calpe, s.a., 1999.

Saramago, José. El evangelio según Jesucristo. 20 de marzo de 2011 .

Soto, Alejandro. No cometa más faltas de ortografía. México: editores mexicanos unidos s. a., 2008.