miércoles, 1 de junio de 2011

La forma del evangelio según Saramago


Mario Alfredo Valencia Limón


Hace poco escuché en una conferencia que para identificar a un buen escritor se tiene que ver cómo utiliza las comas. Esos signos caprichosos, endebles, sutiles pero de gran peso en la construcción de la oración, ostentan al escritor una posibilidad más allá de los párrafos encerrados por un punto y aparte. Hay, lo sabemos, obras que se identifican por algo que rompe con la estructura común de las oraciones o de la obra completa, que por cierto apenas mi exigua experiencia literaria trata de recordar alguna y en vano se queda corto en el intento; aunque el lector puede recordar más de una (por allí me dijeron que El otoño del Patriarca de García Márquez entraba en esta descripción; otro más cercano a nosotros sería José Revueltas y si no mal recuerdo El Apando; pero mejor sugiera usted lector). A propósito un maestro, creo que fue un tal Martin Vivaldi, mencionó que las obras renovadoras son las que hacen grietas en las reglas del lenguaje, pero, digamos, sin hacer sangrar a la lengua[1]. Quien haya leído El Evangelio según Jesucristo recordará que hay una cualidad especial en la forma del texto. Doy inicio ahora al análisis.

Toda creación literaria, para ser considerada como tal debe tener, además de un tema, una manera especial para transcribir a papel los pensamientos; claro, mediante las palabras: la forma. En la publicación de Lázaro Carreter (1990) se comenta que el fondo es lo que se dice y la forma el cómo se dice. La novela El evangelio según Jesucristo[2] de José Saramago, por su extensión y su tema, podría solamente sugerir un análisis a partir de su fondo, dejando de lado la forma. Y es que la obra trata un tema muy sensible para la sociedad, que se da mayor importancia al fondo pragmático y menos a la retórica. La forma, en estos análisis, pierde importancia o queda como característica secundaria, al ser eclipsada, en los lectores no críticos, por la polémica religiosa. No obstante, y parece insulsa pero obligatoria la pregunta: ¿podría existir un análisis de El evangelio según Jesucristo a partir de su forma? Aunque Lázaro Carreter sentencie que la forma y el fondo “separarlos para su estudio sería tan absurdo como deshacer un tapiz para comprender su trama” (p. 16), este trabajo fue realizado a partir de un análisis exclusivamente de la forma que constituye Saramago para su novela; sin embargo, aludiré momentos de la obra, como el fondo, para dar verosimilitud a lo que expongo.

Al iniciar El evangelio, el lector se percata de que José Saramago tiene una peculiar forma de narrar en cuanto a los signos que utiliza. Hablo de las comas. En primer plano, el autor utiliza las comas para especificar cada oración que dicta de manera rigurosa:

No obstante, (…) sólo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez, o incluso estrenado, este drama, sólo ese ser, en verdad inimaginable, ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas, aunque sólo uno de ellos, por imperativos del destino o de quien lo gobierna, haya llegado a prosperar, en vida de manera mediocre, rotundamente después de la muerte. (Saramago 4).

Para poder dictaminar que la descripción del autor ha sido construida de manera correcta, y que no se trata de una expresión rebuscada de pensamientos mal enunciados, citaré un punto esencial del uso de las comas, pues sirve “para ubicar frases incidentales, explicativas o aclarativas” (Soto 62). Alguna de las anteriores, “puede ser identificada suprimiéndola mentalmente sin que se altere el sentido de la oración principal, pero en ocasiones resulta tan relevante como ésta” (p. 63). En ese caso, en el fragmento extraído de la novela se puede identificar cuáles pueden ser las frases incidentales o de cualquier otra índole. Me atrevo a modificar el texto original para la consecuente explicación.

· Se tiene el texto, los paréntesis indicarán de qué tipo son las frases siguiendo las reglas previamente citadas:

“No obstante, sólo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez (explicativa), o incluso estrenado (incidental), este drama, sólo ese ser (aclarativa), en verdad inimaginable (incidental), ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas (explicativa), aunque sólo uno de ellos (explicativa), por imperativos del destino o de quien lo gobierna (aclarativa), haya llegado a prosperar (explicativa), en vida de manera mediocre (aclarativa), rotundamente después de la muerte”.

· Si omito las frases marcadas como incidentales y aclarativas, dejando solamente las explicativas —que se consideran más importantes por la relevancia que en ella recae—, tendríamos aún la esencia del fragmento:

No obstante, sólo un habitante de otro planeta, suponiendo que en él no se hubiera repetido alguna vez este drama, ignoraría que la afligida mujer es la viuda de un carpintero llamado José y madre de numerosos hijos e hijas, aunque sólo uno de ellos, haya llegado a prosperar, rotundamente después de la muerte.

Ya es evidente que José Saramago se caracteriza por las comas utilizadas en cada oración y en todos los párrafos. En este momento algunos lectores pueden llegar a pensar que aquellos signos que se han apropiado de la novela son innecesarios; pero habrá otros, como tal es mi caso, que vean las comas dentro de la obra como un fenómeno que acontece y que vale la pena desmenuzar. No es la coma capricho del autor en cuanto su estilo, pues conoce bien las reglas básicas del uso de la coma: “no es ni craso ni escandaloso” (Saramago 82). Saramago acierta en la oración pues según la regla ortográfica la conjunción ni no debe estar precedida de una coma (Soto 65). Más allá de la narración encontraremos otro caso bien utilizado en el que no puede haber confusión, pues las dos oraciones las separa con una coma: “pues hombre no es ni fue, ni dios fue ni será” (Saramago 157). El verbo ser le da vida a la oración: ‘es’ para antes de la coma; y ‘fue’ para después.

Entonces no se puede menospreciar el otro uso de la coma dentro de la novela: para diferenciar el inicio de un diálogo con otro. Así es, José Saramago no coloca los diálogos de la manera que dicta la Real Academia Española en su publicación Ortografía de la lengua española (de la edición de 1999) sobre el uso de la raya o guión largo, pues dice la susodicha institución que una de las funciones de estos signos es “para señalar cada una de las intervenciones de un diálogo sin mencionar el nombre de la persona o personaje al que corresponde” (p. 77); pero también sugiere su uso “para introducir o encerrar los comentarios o precisiones del narrador a las intervenciones de los personajes” (p. 78). Aclarado este punto, tengo la facultad para discernir cualquier diálogo presentado en la obra, no sin antes apuntar que en la novela estos diálogos están en prosa, separados por una coma e iniciados con mayúscula. Veamos un ejemplo:

Continuó leyendo hasta que Herodes dijo, Adelante, y el sacerdote, confundido, sin comprender por qué lo habían llamado, saltó a otro pasaje, Ay de los que en sus lechos maquinan la iniquidad, pero en este punto se interrumpió, aterrado con la involuntaria imprudencia y, atropellando las palabras, como si pretendiese hacer que olvidaran lo que había dicho, prosiguió, Al fin de los tiempos el monte […] (Saramago 42).

El sentido de los diálogos jamás se pierde, inclusive si, como en algunos casos dentro de la narración, hubiera tres personajes dialogando, y es que se trata de un autor que con su originalidad sabe que nunca perderá al lector atento; y si en dado caso yo transformara este pasaje en un diálogo convencional según las reglas, obtendríamos algo así:

Continuó leyendo hasta que Herodes dijo:

–Adelante.

Y el sacerdote, confundido, sin comprender por qué lo habían llamado, saltó a otro pasaje:

–¡Ay de los que en sus lechos maquinan la iniquidad![3] –pero en este punto se interrumpió, aterrado con la involuntaria imprudencia y, atropellando las palabras, como si pretendiese hacer que olvidaran lo que había dicho, prosiguió–: Al fin de los tiempos el monte…

Si ya se ha aprehendido el estilo que utiliza José Saramago en El evangelio según Jesucristo, nos será más fácil preparar ante la obra al estudiante de Letras, y comprender que hay importantes nimiedades de las que todavía no he hablado. La coma no sólo se ha de utilizar en constantes frases que aclaran o explican, o bien, para la separación de diálogos; sino que en este análisis veremos otras funciones:

a) Para sustituir a los dos puntos. La ortografía de la RAE (1999) dice que “los dos puntos (:) detienen el discurso para llamar la atención sobre lo que sigue” (p. 63). De la obra citaré dos casos en los que la coma realiza la misma tarea: “sólo sabía repetir, No, no, no” (Saramago 49); y “Jesús dijo, Tus cabellos son como un rebaño” (p. 118).

b) Para sustituir el guión largo. La raya o el guión largo sirve, además de lo que ya se ha mencionado, “para encerrar aclaraciones, acotaciones o precisiones, interrumpiendo momentáneamente el enunciado central” (Soto 70). En la obra obtendremos una situación que nos haría pensar en el uso del guión: “María estaba ya esperando al hijo y, pobrecilla, no podía preguntarle si avanzaba” (Saramago 55). Si cambiamos las comas por dos guiones largos, el sentido o la intención no se verían afectados: ‘María estaba ya esperando al hijo y –pobrecilla– no podía preguntarle si avanzaba’.

c) Para sustituir el punto y coma. El punto y coma son una pausa ni tan largo como el punto ni tan corto como la coma, sino que “da por terminado un periodo, una unidad” (Soto 65). A continuación un caso: “Son así los juicios de la adolescencia, radicales, verdaderamente María era tan inocente” (Saramago 78). Por la pausa breve que implica la coma, es necesario un punto y coma que anteceda la palabra ‘verdaderamente’.

También los signos de admiración e interrogación son tan relevantes como la coma. Cabe mencionar que la obra de José Saramago no tiene ni un solo signo de admiración ni de interrogación. ¿Y cómo es que hace este punto gran auge en la obra como para ser mencionado en el presente análisis? Esto es por el hecho de que Saramago no necesita ningún signo más que la coma. Así como el lector sabe cuándo inicia un diálogo, sabrá cuándo persiste una pregunta o una exclamación. En algunos casos, el autor antecederá o pospondrá el verbo conjugado de ‘preguntar’ en cualquier frase que amerite un signo que gráficamente no existe pero que en la lógica de la percepción y en la lectura en voz alta sí lo estará: “Se turbó María y preguntó, Eso qué quiere decir” (Saramago 12); así como: “Y adónde iré yo, preguntó ella” (p. 16); tan sólo recordemos que el “adónde” sólo se utiliza en preguntas.

Caso similar acerca de escribir el verbo ‘preguntar’ para dar por manifiesto que es una cuestión, sin escribir los signos, sucede con Gabriel García Márquez (1970) en su obra El coronel no tiene quien le escriba, en donde la esposa del protagonista sufre de un mal de las vías respiratorias que le imposibilita hacer las preguntas con el énfasis debido, situación que le permite al escritor no utilizar los signos de interrogación y justificarlas con un verbo:

"El coronel volvió al cuarto cuando quedó solo en la casa con su mujer. Ella había reaccionado.

–Qué dicen –preguntó” (Márquez 17).

Regresando a El evangelio según Jesucristo, con los signos de admiración sucede algo distinto en comparación con los que interrogan, y es que interviene una mayor percepción acerca de lo que se lee. Aquí no habrá verbo que indique una admiración: “Qué sorpresa, tú por aquí” (Saramago 106); “Ay de los que en sus lechos maquinan la iniquidad, pero en este punto se interrumpió” (p. 42).

Podríamos ya definir la forma de la que está constituido El evangelio según Jesucristo de acuerdo al signo ortográfico más utilizado. Como bien se sabe, al igual que un análisis del fondo, la forma requiere una lectura morosa, sin dejar desapercibido cada signo.

Si se cambian las palabras, el fondo alteraría un poco. Entonces ¿existe una relación tan estrecha entre el fondo y forma como para no poder analizarlas por separado? Aunque es verdad que no se puede analizar la forma si no se lee como el fondo lo establece, pero también una vez leída la obra podemos analizar sólo la forma y darle su respectiva calidad. Concluyo pues, con independencia de lo que el fondo de la obra de Saramago puede llegar a representar para unos, que la forma no cambiará. Esa forma estética de escribir persistirá, y es lo más seguro. Podríamos sacar tantas conclusiones del fondo, pero la forma es un hecho que no puede cambiar. Los signos se rigen según el estilo de cada autor. Vemos a una escritura de Saramago sobrevivir al análisis hecho en este trabajo; por lo tanto, y según mi experiencia estética frente a la obra, valoro a El evangelio según Jesucristo por su forma, más que por su fondo.




[1] Actualmente los arcaísmos pueden considerarse como literatura: ‘Negro caballo’ en lugar de la construcción común de ‘Caballo negro’. Se trata de un fenómeno lingüístico social y por lo tanto (recordando a Saussure) diacrónico.

[2] Libro consultado electrónicamente.

[3] He agregado los signos de admiración, además de los que debían ser anexados, porque, según mi interpretación, la misma expresión lo necesita, aunque originalmente el texto no lleve tales signos. No significa defecto alguno de la obra de la cual se extrajo el fragmento, sino conviene decir que dicha observación es objeto de análisis posteriormente en el presente trabajo.

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Referencias:

García Márquez, Gabriel. El coronel no tiene quien le escriba. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1970.

Lázaro Carreter, Fernando; y Correa Calderón, Evaristo. “Fondo y forma”. Cómo se comenta un texto literario. México: Publicaciones cultural, 1990.

Real Academia Española. Ortografía de la lengua española. España: espasa Calpe, s.a., 1999.

Saramago, José. El evangelio según Jesucristo. 20 de marzo de 2011 .

Soto, Alejandro. No cometa más faltas de ortografía. México: editores mexicanos unidos s. a., 2008.

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