miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mucho Augusto, payaso


Jamás aceptaría pertenecer a

un club que me admitiera como socio.

Groucho Marx

La ciudad se ha vuelto difícil de entender últimamente, ¿tenerle miedo a los ladrones o a los policías? ¿Caminar de forma tranquila por las calles o mirar de soslayo por todas partes, para correr en caso de un atraco o una ráfaga de fuego que quién sabe para quién sea? Sí, la ciudad es interesante, cultural, incluso podríamos decir que formidable en muchos sentidos. Pero, también es peligrosa, siniestra cuando quiere serlo, nido de ratas y ratones, un foco de contaminación exagerada.

De vez en cuando, nos hace falta relajarnos un poco de tanta violencia, contaminación y demás ignominias y desconciertos. Una bebida (cualquiera) y una charla con los amigos pueden ser los momentos en los que se descansa. Podemos, también, simplemente ir a caminar a ciertos lugares como los parques.

Los parques son −generalmente− los lugares en los que se concentran los espectáculos más irreverentes y mejor pensados de la ciudad. No todos convergemos en la idea de que estos shows están repletos de alguna filosofía extraña que podría estar más allá de la comprensión del mismísimo Borges. A pesar de que la aseveración que he dado anteriormente puede ser problemática −debido a que algunos payasos callejeros no han tocado en ningún momento de su vida algún libro clásico o al menos un best seller, pueden cargar consigo y su actuación una sabiduría intrigante.

El proceso creador del payaso, en cierto momento llega a tener convergencias con el del actor. La diferencia radica en que la finalidad única del payaso es la risa y la del actor, la creación de una situación en especial para el entretenimiento de una menor cantidad de público, ya sea representar un drama o comedia (o cualquier variante de esas dos: tragicomedia, tragedia, farsa, etcétera). Es decir, un par de payasos callejeros hacen dos espectáculos por día y llegan a tener el mismo público que una obra de teatro en una función. Pero cualquiera se tomará el tiempo de ver quince minutos a un payaso, gozando siempre de lugar dentro del parque para poder mirar. Pocos harán el esfuerzo para formarse 20 minutos, comprar el boleto de entrada a la obra de teatro, hacer una nueva fila para entregar el boleto y encontrar un buen lugar donde la acústica y la óptica no jueguen una mala broma.

Ciertamente, al crear un personaje clown, una técnica como la de Stanislavsky no se utiliza como lo hace un actor para interpretar al marqués de Mascarilla en Las preciosa ridículas de Moliêre. Durante la creación se pone en tela de juicio a Constantin Stanislavsky como lo hace Raúl Serrano en la Dialéctica del trabajo creador del actor, donde asegura que en dicha técnica, se hace tanto que ya no queda tiempo para actuar. Serrano nos dice que en la actuación se vive o se interpreta a un personaje: el payaso, vive el personaje.

Sé que he mencionado −al principio de este ensayo− que en el espectáculo callejero se pueden encontrar filosofías diversas incluso más allá del entendimiento borgeano; a pesar de eso, no bucearé en las profundidades de tal tema. Si Borges no lo hizo, ¿yo por qué?

Otra parte de la configuración del payaso, es la estética. Un payaso de fiesta, de circo y callejero tendrán similitudes en su apariencia, pero en ningún momento serán los mismos. Generalmente, el clown de circo intenta ser como el de fiesta; es decir, colorido, casi siempre brillante y pelucas de colores; para dar un tono infantil al espectáculo. El payaso callejero utilizará atuendos holgados y de colores opacos, y pelucas de otro tipo; este atuendo se mimetiza con el tipo de humor del payaso, haciendo que su pantalón roto pero largo y simpático se parezca a su comentario chusco sobre un tema que seguramente sería censurado en un circo, no por el cirquero, sino por los propios padres de los niños que se encuentran en el público.

Dentro de su actuación también hay diferencias entre payasos. Uno de circo actuará de forma diferente dependiendo del tipo de circo en el que se encuentre; un payaso del Atayde Hermanos, no actuará igual que uno del Circo del Sol. El clown de fiesta siempre cuidará el manejo de su lenguaje y será comprensivo con los niños. Pero el que trabaja en la calle, siempre mezclará los humores, tratará al adulto como niño, al niño como adulto, y al adolescente como… adolescente. A veces tratarán a todos por igual, porque no hay edad para el humor. Casi siempre utilizan el humor picaresco mexicano. El manejo del doble sentido, temas explícitos como el machismo, la sexualidad, pedos, alcoholismo, etcétera; son los más concurridos y los mejores aceptados por el público. Así podemos ver a un niño de 12 años y a un señor de 50 reírse de un mismo chiste colorado.

La risa −según la revista española Consumer eroski− “Es una forma excelente para lograr la relajación, abrir nuestra capacidad de sentir y de amar [1](Revista Consumer eroski), y qué mejor que relajarnos recurriendo a humores en los que se juegan con las palabras, los dobles sentidos.

¿Quién no se ha detenido en un parque a ver el show de algún payaso y recibido un apodo o comentario chusco por parte de éste? Cualquiera que haya vivido una experiencia como ésta, sabrá que sería inhumano detener un acto tan filantrópico. Nunca nadie cuenta con el hecho de que la policía detenga a los payasos callejeros por hacer actos ilegales. No, no se trata de venta de drogas, órganos humanos, trata de blancas, sino de 15 o 20 minutos de risa a cambio de unas monedas para sobrevivir.

El payaso que trabaja en la calle, siempre se muestra alegre, simpático, sonriente. Cuando termina de trabajar, comienza a reencontrarse con su soledad y la dura vida a la que tiene que regresar. Buscar pañales −en caso de los padres−, encontrar comida barata para que el dinero le rinda hasta la próxima paga −que puede ser al día siguiente o dentro de tres días, una semana, etcétera −. En caso de los foráneos, comprar un boleto de camión para salir de la ciudad al día siguiente, y rentar un cuarto de hotel para pasar la noche.

La mirada melancólica de quien se encuentra detrás del disfraz de Augusto[2], refleja la capacidad actoral del humano, pues es capaz de ocultar sus necesidades para formular propuestas y hacernos reír.

El clown callejero es el sujeto principal de esta oración a manera de ensayo. He saltado de tema, pero me he mantenido dentro del plano del sujeto. He convivido con varios de éstos, mirado el espectáculo de otros y sobre todo, acompañar a comprar la sopa del día a cada uno de ellos. Los payasos comen, se emborrachan, tienen sexo, se accidentan, mueren; no sólo nos hacen suspirar una sonrisa, sino que también puede hacer que detestemos la injusta división de clases.

Para finalizar, sólo diré que el payaso callejero, tiene la misma esencia del gaucho argentino, esto lo digo ya que el gaucho llevaba una vida libre, nadie era su patrón de por vida y no tenía más patria que la de la pampa, no discutía nacionalidades ni mujeres, sólo la vida dura de unos hombres cuyo trabajo riesgoso los podía poner al borde de la muerte en cada segundo, según el tipo de ganado que llevara. Así mismo el payaso callejero no tiene más patrón que su necesidad, ni más patria que las calles donde trabaja; y se pone en riesgo su vida, al depender del público que lo frecuente o las políticas artísticas o incluso “mercantiles” de la ciudad a la que llegue; por medio de alguna carretera cuyo final se encuentra en donde el payaso quiera.


[1] Las cursivas son mías.

[2] Acróbata americano llamado Tom Belling estaba actuando con un circo en Alemania en 1869. Encerrado en su camerino como castigo por no salir a tiempo a escena, entretenía a sus amigos vistiéndose con ropas inapropiadas para interpretar su impresión del manager del show. El manager a menudo entraba en el camerino. Un día Belling salió corriendo para huir de él, acabando en la arena de la pista donde tropezó con la repisa que separa la pista del público, cayendo al suelo. Entre su desconcierto y prisa por escapar volvió a tropezar con la repisa al querer salir de la pista. EL público grito "¡Auguste!" que en alemán significa loco (o borracho). El manager pidió a Belling que continuara apareciendo como Augusto a partir de entonces.

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